LOS “BAÑOS” DE PUEBLO DE QUIRINO

Redacción

Una frase de las más sentidas que se escucha de un ciudadano, o mujer jefa de familia, es que los políticos van con la gente nomás a pedir el voto; después de la campaña y de irse triunfantes con el voto obtenido engañosamente, ya ni regresan y muy eventualmente, tampoco recuerdan las promesas que hicieron, aunque al pedir la confianza de la gente, hayan mostrado el gesto de la más grande humildad del planeta y aunque declaren a veces, que lo firman ante notario.

Pero en la mayoría de los casos la gente puede tener razón. En cambio ahora se revela en Quirino Ordaz Coppel una forma novedosa de gobernar. Esa que muy pocas veces se descubre en un político tradicional y tampoco se ha explotado mediáticamente.

Es la simple actitud de quien ahora está gobernando Sinaloa, de moverse en espacios públicos como cualquier hijo de vecino; de hacer visitas de trabajo de forma sorpresiva, sin que el más cercano de sus colaboradores se entere y por ello, ni tiempo les da de preparar nada. Eso le permite al Gobernador encontrar la verdad clara y sin maquillajes.

Tal conducta la hemos encontrado en más de una ocasión; en reciente acto de entrega de patrullas a la policía Federal, en los espacios del Parque Revolución, de pronto, sin que nadie lo sospechara, ya estaba entre la guardia de policías municipales que se habían llevado ahí los mandos de seguridad y, claro, los tomó de sorpresa con las preguntas de rigor: “¿Qué piensan de la policía en la que trabajan? ¿Cómo se sienten? ¿Qué les falta?”.

En esa ocasión el reportero fue testigo no programado, porque ya muchos comunicadores habían bajado la guardia y se atendían en otros deberes. Apenas uno de los uniformados salió del pasmo causado por el momento y descargó su inquietud; le habló al Gobernador sobre los uniformes, de los horarios y de los sueldos. Ojo… Quirino Ordaz andaba en el ambiente real. Lo buscaba sin alertar a nadie para que tampoco le prepararan discursos sin sentido ni lisonjas sin sustancia.

En esa ocasión surgió el recuerdo de un jefe policiaco en Mazatlán, en tiempos del gobernador, Francisco Labastida, que fue enterado de la visita de su jefe, que llegaría al día siguiente. Mandó llevar a los franeleros que encontraran sus guardaespaldas en las esquinas y les dio la orden de pulir con sus trapos el plato del carburador y la tapa superior de los motores en las patrullas; estas quedaron relucientes y así, con las patrullas en fila, el cofre levantado y el brillo envidiable de los motores, aquel jefe policiaco, que ahora es un policía retirado con pensión generosa, dio muestra de su trabajo.

En esta misma semana, luego de terminar la ceremonia del informe anual de la delegación de Cruz Roja, se vio de nuevo a Quirino Ordaz desplazándose sobre los andadores de la Plazuela Obregón, sin alterar el ritmo natural de vendedores, boleros o estudiantes que se movían como siempre por esos espacios. Se descubrió a la distancia al Gobernador sólo porque de forma inopinada, lo custodiaba su equipo de seguridad, un poco retirados y muy detrás del Gobernador zigzagueaban, rápidos y nerviosos, los miembros de la flotilla de fotógrafos oficiales; al lado del personaje caminaba también Antonio Castañeda, a la sazón alcalde de Culiacán y el tesorero de la administración estatal.

Quirino Ordaz se sentó en el banco de un humilde bolero y pidió el consabido servicio. Con su actitud corporal causó un escenario relajado en la gente a su lado. Al término del repentino paseo se fue sobre uno de los taxis menos vistosos, de modelo atrasado, lo abordó junto con el funcionario a su lado y se fue, dejando un poco sorprendidos a los hombres comisionados en su seguridad, quienes debieron tomar los carros oficiales sin el jefe a bordo.

Visto así, despojado de poses o de falsa sencillez, sin estar en campaña, de pronto se descubre un modo de gobernar distinto, una intención de conocer la realidad en el espacio público y con esto, se interpreta como la búsqueda de los elementos para armar su diagnóstico correcto  de la cosa social, que en manos del auténtico político, es la mejor herramienta para armar sus planes de acción.

Para los bien intencionados que observaran de modo analítico este tipo de actos, puede tratarse de lo que dirían pomposamente los teóricos y supuestos eruditos, “romper paradigmas”; para la gente de a pie es simplemente lo que desean de un político: bajar del ladrillo, pisar el polvo de la acera y saber cómo vive su pueblo.

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