Xicoténcatl Barajas
- Mazatleco de nacimiento y Rosarense de corazón
Si hubo alguien que conoció cada centímetro de las chuecas calles de la cabecera municipal de El Rosario, ese fue Manuel Barajas Zambrano “El Mani”, quien sus últimos años de vida recorrió los barrios y callejones del pintoresco pueblo mágico pedaleando su bicicleta y ofreciendo cachitos de lotería nacional, melates, quinielas, pronósticos y tablitas que a muchos rosarenses hicieron sonreír con la suerte que les vendió este característico personaje que dijo adiós para siempre el día 27 de abril pasado a sus 83 años de edad.
Nacido por azares del destino en “La loma atravesada” de Mazatlán, precisamente en las instalaciones del cuartel militar, cuando aquel 26 de junio de 1938, sus padres, Lucila Zambrano Manjarrez y Vicente Barajas González (militar del onceavo batallón de infantería) tuvieron la dicha de conocer a su primogénito que dio los primeros pasos en tierra rosarense.
La pareja se conoció en El Rosario, Lucila oriunda del ex real de minas de El Tajo y, Vicente, un soldado nativo del estado de Guanajuato que llegó al municipio sureño en el ejército al mando del mayor Agustín Matus, combatiendo a la afamada gavilla de “los del monte” que dirigía el bandolero y gatillero a sueldo Rodolfo Valdés “El Gitano”.
De ese matrimonio nacieron también Francisco Javier, Agustín, Martha Elvia, Jesús y Guadalupe, quienes con todo el dolor del alma despidieron a su hermano Manuel, que se les adelantó en el camino sin regreso y que ya no se verá nunca más por la minera población que tanto amo, pues aunque vio la luz primera en el puerto mazatleco, él se consideró “chupapiedras”.
“El Mani”, como era conocido por la gran mayoría de los rosarenses, en especial por sus clientes y amigos contemporáneos, fue desde su infancia una persona de bien, trabajadora y sin problemas, vivió sin lujos pero practicando los valores más preciados del ser humano en el seno de una familia humilde, sostenida con mucho sacrificio por la señora Lucila Zambrano, quien quedó viuda al ser asesinado su esposo Vicente Barajas cuando trabajaba como policía municipal después de haber desertado del ejército.
Manuel como todos sus hermanos vivió con muchas carencias, vendió chicles en el cine Crespo, propiedad del periodista Carlos R. Hubbard, quien le dio la oportunidad de proyectar las películas junto con Felipe Núñez, de ahí la pasión que despertó en él por convertirse en artista, razón por la que viajó a la ciudad de México con sus familiares paternos para buscar una coyuntura y demostrar que en provincia estaban los mejores talentos, regresando sin éxito a su terruño.
Se empleó también como ayudante en un barco pesquero, invitado por los primos hermanos de su mamá, Chimino y Nacho Llorente Manjarrez –hijos de la tía Carmen- pero se bajó al anclar la nave porque su madre tenía el temor de que fuera devorado por el mar.
Luego, trabajó de manera ocasional en el laboratorio de la fábrica de cemento Victoria de Mármol (Cementos del Pacífico) a donde emigraron sus abuelos maternos, Josefina Manjarrez Rojo y Víctor Cebreros en busca de mejor vida una vez que cerraron las minas de El Tajo.
Así, el billetero de la suerte optó por buscar trabajo en el pueblo, donde por más de 23 años se empleó en la sucursal de la licorería GAZA que fuera propiedad del político mazatleco, Melesio Gaxiola Zamora, logrando allí la pensión del IMSS.
Después de eso vendió mucha suerte, siendo varios los rosarenses que obtuvieron premios a través de los sorteos y rifas con los billetes y pronósticos que le compraron por años hasta el día en que cayó enfermo a causa de un inesperado infarto que lo mantuvo en cama por ocho días en el hospital del Seguro Social en Mazatlán, donde lo sorprendió la muerte.
Y como cosa del destino, Manuel Barajas Zambrano nació en el puerto de Mazatlán en 1938 y regresó a morir 83 años después, cuando toda su vida la hizo en El Rosario.
¡Descanse en paz!
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