LA OBEDIENCIA Y EL SILENCIO CONSIENTEN LA VIOLENCIA POLÍTICA

Redacción

Preocupante se ha vuelto la indiferencia política ejercida por muchos funcionarios públicos alrededor de todo el país, que, con su silencio y volteando los ojos hacia otro lado han permitido que la polaridad de un solo poder sea el que determine el rumbo que el territorio mexicano esté transitando.

Desde los más altos niveles hasta los más bajos eslabones de los tres poderes que constituyen a la sociedad mexicana, la violencia política estructural que se ejerce por el dominio de una sola voz se ha vuelto incuestionable.

Cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador afirma algo durante sus intervenciones en la conferencia mañanera, su discurso transforma la realidad de millones de mexicanos y por ende se materializa aquello que afirma que es una verdad absoluta.

Desde reformas que atentan claramente contra la constitución, el manejo irregular de información, posibles encubrimientos y una dudosa transparencia del ejercicio público, se han vuelto una norma durante el sexenio de la 4t.

Sin espacio para el pensamiento crítico y la duda como herramienta de progreso, las palabras de López Obrador y su equipo se imponen a todos aquellos que siendo o no oposición deben de acatar lo que se dice, pues, el mandatario del ejecutivo federal cuenta con los mecanismos y medidas pertinentes para hacerse obedecer a las malas.

No es para sorprenderse entonces que, tanto gobernadores hasta presidentes municipales tengan que ajustarse a este yugo para poder ejercer sus funciones y por supuesto hacer y deshacer con el territorio que les ha tocado supuestamente gobernar, por lo que se puede observar a muchos políticos sueltos sintiéndose reyes en sus tierras o jefes de plaza.

La única condición para esto es aprobar todo lo que esté en el discurso presidencial y la ideología del Movimiento de Regeneración Nacional, sin crítica alguna, en especial cuando se trata de iniciativas que definirán el rumbo del país de manera contundente, llegando hasta el colmo del absurdo, cuando en la realidad los acontecimientos que se suscitan son completamente diferentes a las palabras que como títeres con ventrílocuo parlotean.

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