Anécdotas de la política
Xicoténcatl Barajas
Coincidían solo por su nombre y por servir al ex gobernador Juan Sigfrido Millán Lizárraga, con ideologías distintas y filiaciones partidistas diferentes, la primera perredista y la segunda tricolor, además de la formación académica desigual, sin embargo, eran parte de la legislatura en el primer trienio del millanato (1998-2001).
Tere Guerra, conocida culiacanense intelectual y letrada, defensora de las mujeres y las causas laborales, no soportaba los insultos proferidos desde la tribuna de la maestra de danza, la rosarense Teresa Osuna Crespo, quien llegó al Congreso local con todo el aval de Juan Millán para hacer y deshacer, por lo que gritoneaba, bailaba con castañuelas entre las curules y se mofaba de la doctora Guerra que después de 26 años, ahora es la presidenta de la JUCOPO.
Ese tipo de escenas circenses le dieron colorido y sabor a la legislatura, llamando las dos mujeres la atención y reflectores de los pocos medios de comunicación que cubrían la fuente cuando no existían los pseudoperiodistas de hoy, ni mucho menos charlatanes y “asaltantes de las redes”.
La información publicada en esos años no fluía con tanta inmediatez, eran las orejas de la Dirección de Gobierno las encargadas de llevarle al mandatario estatal los mitotes, desde luego, el de “las Teres” a punto de rasguñarse por los dimes y diretes lanzados como proyectiles desde más alta tribuna de Sinaloa iba plasmado en las tarjetas informativas de cada sesión.
El lenguaje decoroso y el tema sustentado lo ponía siempre sobre la mesa la doctora Tere Guerra, mientras que la palabrería soez y socarrona era el ingrediente de la Teresona Osuna que hacía reír a todos con sus ocurrencias, por lo que las butacas del pleno en cada sesión eran abarrotadas por los asistentes que ansiosos de una función espectacular recalaban los martes y jueves a las sesiones, pues perdérselas era imperdonable, ya que, en esos tiempos no había dispositivos móviles para videograbarlas, pero las registraba Marthita Arredondo en las actas.
El pleito entre ambas se hizo real y estuvieron a punto de desgreñarse y llegar a los golpes y, no fue una, ni dos veces en las que de réferi entró el popular “Chuquiqui” Hernández como pastor del rebaño priista, quien muy a la sorda se festinaba de las dos políticas, hasta que ya no las aguantó y le pidió al gobernador que las parara porque estaban a punto de incendiar el palacio legislativo, siendo entonces que las féminas terminaron con sus celos políticos y diferencias.
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