Xicoténcatl Barajas
Político de rancho, del mero corazón agrícola del municipio de angostura, de la sindicatura de El Gato de Lara, Aurelio Cháidez Chavarin fue muy popular y dicharachero, hechura del viejo cenecista Heriberto Vega Soto, expresidente municipal de esa región del Évora.
Aurelio se supo enrolar en la política hasta llegar también a ser alcalde de su tierra en el sexenio de Juan Sigfrido Millán Lizárraga, para después abrirse paso en dependencias estatales siendo gobernador el hijo adoptivo de Palmitas, Jesús Aguilar Padilla, quien le dio la oportunidad de ser director forestal del estado.
Aficionado a la beberecua, dicen que era un embudo para engullir las bebidas etílicas con sus amigos de farras, así como los políticos de su época con los que le tocó convivir en innumerables ocasiones por lo que se ganó el mote de “cheverin”, dejando como acervo viajes y viejas aventuras casi por todos los rincones de Sinaloa.
¡Barajas!, ¿quieres hacerte rico más fácil que pegarle a una borracha dormida?, le preguntó en cierta ocasión al director fundador de esta revista, quien de inmediato se sorprendió carcajeándose y a la vez preguntándole de cómo era ese secreto, que se lo dijera porque necesitaba con urgencia mucha lana.
Y es que resulta que el periodista fue propietario rural de un terreno forestal de agostadero en el municipio de Escuinapa y ya había tocado muchas puertas en las dependencias para ver la posibilidad de obtener un proyecto productivo de reforestación o de desarrollo agropecuario para poder activar una herencia de 412 hectáreas.
Al saber esto, el ingeniero Aurelio de inmediato lo persuadió para que le llevara las escrituras y así dar inicio a lo que Barajas creyó que sería un trámite con todas las de la ley, sobre todo, serio, pero cual fue la sorpresa de que el funcionario lo que quería era un pretexto para tramitar viáticos un fin de semana y vio la coartada perfecta, comisionando al licenciado Cervantes, su secuaz de confianza para que sacara los gastos de la coordinación administrativa.
El viaje se programó, y fue el propio político quien le llamó por teléfono al periodista para ponerse de acuerdo, así quedaron de verse un viernes en la plazuela de la cabecera municipal de Escuinapa, justo a las afueras del Palacio Municipal que aún tiene el reloj montado y al cual el legendario pistolero a sueldo Rodolfo Valdés “El Gitano” le pegó un balazo por allá en los años 40 del siglo pasado, según contó el extinto amigo cantinero “Cautín” Aranguré.
La hora pactada del encuentro para subir a la falda de la sierra escuinapense, precisamente al predio El Tule, donde Barajas tenía su propiedad privada fue a las 6 de la mañana, sin embargo, pasaron y pasaron las horas y el renegrido funcionario estatal nunca se apareció, por lo que desesperado el “futuro rico” que ya se frotaba las manos y hasta contaba los billetes en su mente decidió marcarle a su análogo celular que para esos años era la octava maravilla del mundo.
“¡Bueno! ¿quién habla? – preguntó el ladino y marrullero ingeniero queda mal- espetándole de inmediato el periodista: soy Agustín Barajas, aquí me tienes como pendejo esperándote en la plazuela y ya es casi la 1 de la tarde, ¿dónde chingados vienes?, contestando sin inmutarse el borrachales; acá estoy en la Reforma echándome unos camarones y unas cervezas bien heladas; “¡qué a toda madre, y yo aquí pensando en que era cierto que me haría rico más fácil que pegarle a una borracha dormida!”.
Bien encabronado por el engaño y el importa madrismo de Aurelio Cháidez, el tunde teclas se regresó a Culiacán y empezó una campaña, edición tras edición en contra del pilluelo funcionario que se aprovechó de él, pero lomo le hizo falta al de “El Gato de Lara” hasta que años después hicieron las paces. Ambos personajes ya rinden cuentas al creador y seguramente se han de estar acordando y carcajeando de esa vivencia.

