ARTILLERÍA INTERNAUTA, LEGIONARIOS DE LAS REDES

Tonatiuh Barajas

  • ¡Benditas redes sociales!
  • Masas digitalizadas

La llegada de la era digital, con sus rápidos procesos de comunicación y aceleración de las comodidades humanas, ha dejado sin duda alguna, una derrama de aprovechamiento y holgura en la mayoría de los casos, ya que, desde el confort de una silla en casa se puede acceder a casi cualquier cosa, productos, información, entretenimiento, trámites, todo en un comportamiento consumista que raya en la desvergüenza.

Detrás de todos estos movimientos cibernéticos diarios, se encuentran las ominosas pasiones de la sociedad, las cuales entremezcladas con otras tantas almas se encuentran yendo y viniendo alrededor del mundo, haciendo alianzas cuando se requiere de que la horda acabe con algún obstáculo u enemigo, con tal de censurar, ocultar, borrar de la historia, como tromba a su paso. Es cuestión solamente de mover unos cuantos dedos para sublimar la violencia y digitalizarla en palabras, lo que resulta en la equivalencia a amartillar un arma y disparar nuestros pensamientos dentro de las miles de millones de mentes internautas y la germinación del anonimato ya se ha consumado. La impersonalidad y la descentralización reinan en esta época como realidad.

Es bajo el seguro de la masa que los comentadores de las redes se explayan de formas diversas, haciendo del insulto, calumnia, injuria, un arte y, con información severamente especulativa se vuelven creadores de la realidad por un consenso inconscientemente autómata. El día de mañana lo que antes era una nimiedad puede convertirse en la nueva norma que hay que acatar, la cual tiene bajo su mando a los legionarios que le dieron forma con puño de hierro. En la concurrencia, todo es válido, en el tumulto se desatan lo que individualmente no se realiza, de ahí que este fenómeno cobre una fuerza tal en las redes sociales, donde el cobijo de que la información quede enterrada por las rápidas actualizaciones, sea una salvaguarda para el mercenario sin identidad.

Como el sociólogo Gustave Le Bon afirmaba respecto al fenómeno de masas, hace ya tiempo “el individuo integrado en una multitud adquiere, por el solo hecho del número, un sentimiento de potencia invencible, merced al cual puede permitirse ceder a instintos que antes, como individuo aislado, hubiera refrenado forzosamente. Y se abandonará tanto más gustoso a tales instintos tanto que por ser la multitud anónima, y, en consecuencia, irresponsable, desaparecerá para él el sentimiento de responsabilidad, poderoso y constante freno de los impulsos individuales”.

Espigas de un campo tecnológico casi imposible enfrentarse cuando uno ya se encuentra inmerso y entrecruzado entre tanto fantasma del Internet, usted podría estar hablando con uno ahora mismo. Esto conviene al mejor postor, a aquel que sepa tocar con palabras mesiánicas y produzca ecos dulces en la profundidad de los más ocultos aspectos de la persona, que después se disuelve en un todo con otros tantos. Alimentados con una falta de criterio, la masa se vuelve el brazo armado político del poder.

Es así como podemos vislumbrar el ejercicio del poder y el nacimiento de las doctrinas, como los pensamientos se normalizan en una configuración a modo y cuando algún descarriado sea tan osado por voluntad de exentarse del bullicio, llegan hasta la pantalla de su celular las furias intolerables de los adeptos que conforman las multitudes.  

En México, este fenómeno viene bien cimentado de la figura de quien ahora es Presidente de la República, que durante años ha sabido navegar en las aguas de las necesidades humanas de la población mexicana, haciendo uso de ellas, pescándolas con discursos populistas, promesas, humo y diversos hechizos de seducción y encanto que rayan en la charlatanería, ha tejido el hilo, el común denominador del civil, aquel desamparo que ha azolado al país durante tantos años ha sido punto de referencia en lo profundo de cada mexicano para que la masa se formara con un objetivo afectivo igual, “un padre” redentor del sufrimiento que liberara a la tierra santa de la oligarquía, ahora en boca de todos con la palabra “corrupto”, como motor para la expansión de hordas masivas con el fin único de brindarle amparo a su figura. “La multitud es un dócil rebaño incapaz de vivir sin amo. Tiene tal sed de obedecer que se somete instintivamente a aquel que se erige en su jefe”.

Tal como el padre del Psicoanálisis, Sigmund Freud, lo dijo en sus estudios sobre estas manifestaciones, reiterando en parte las ideas Le Bon “Naturalmente inclinada a todos los excesos, la multitud no reacciona a estímulos muy intensos. Para influir sobre ella es inútil argumentar lógicamente. En cambio, será preciso presentar imágenes de vivos colores y repetir una y otra vez las mismas cosas”. “Si la multitud necesita un jefe, es preciso que él mismo posea determinadas aptitudes personales. Deberá hallarse también fascinado por una intensa fe (en una idea) para poder hacer surgir la fe en la multitud. Asimismo deberá poseer una voluntad potente e imperiosa, susceptible de animar a la multitud, carente por si misma de voluntad”. También el vienés nos indicaba que había en el fenómeno de las multitudes una regresión a los impulsos más profundos, por lo cual había una decaída de la actividad intelectual en algunos casos o tipos de masas que hace operar a la conglomeración con la sensación de una fuerza ilimitada.

Esto último, AMLO, lo ha sabido ejecutar muy bien, dándoselas de artista, pintando paisajes mentales donde la felicidad circula como nueva moneda nacional, ya que, al día de hoy la economía, en la realidad no se mueve tan bien en la sociedad, como las acuarelas hechas en la eterna campaña por la figura presidencial.

Solo unas cuantas palabras para alborotar el panal y que el enjambre se ensañe y ataque al enemigo, “El hipnotizador es para el hipnotizado el único objeto digno de atención; todo se borra ante él”, con ese poder la política está en las manos de un solo actor, embaucando a los habitantes, negando toda posibilidad de que puedan pensar por sí mismos, de discernir la emoción de la razón, haciéndolo ocioso, evitando todo ejercicio reflexivo, convirtiéndolo en un mercenario anónimo de las redes sociales, esas “benditas redes sociales”, creando realidades a base de la especulación, habladuría pública y el chisme de mercado, así como también promoviendo una cultura del delator, acusando y excluyendo a quien piense de otra manera, una sociedad donde cada día se lee menos por el consumo excesivo de información chatarra, de show, de vídeos, donde los datos circulan para perderse en cuestión de segundos, una aglomeración deseosa de suplicios públicos.

El pueblo mexicano aun no despierta de sus ilusiones, de ellas se mantiene con vida, sin ellas pareciera que no pudiese mantenerse de pie. Solamente se ha cambiado de administrador.

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