MÉXICO Y LA LECTURA

Tonatiuh Barajas

De acuerdo a las cifras más arrojadas en los últimos años por parte del INEGI; los mexicanos leen un promedio de 3.4 libros al año, 7 de cada 10 personas toman el hábito de la lectura de cualquier medio, sea revista, libro, periódico, como algo inherente a sus actividades. También desde el año 2016 la población lectora se ha reducido de un 80.8% a un 72.4%.

Son cifras alarmantes, no es que el ciudadano tenga que estar pegado a un libro todo el día de forma extremista, pero es sin lugar a dudas que el hábito de la lectura es un pilar fundamental para cualquier sociedad, la historia ha sido aval de tal acción humana, sin leer no hay la adquisición profunda de conocimientos culturales que nos permitan comprender la realidad de manera crítica.

Esta es una de las problemáticas que más aquejan a la población mexicana moderna, pues se estigmatiza el acto de leer como una cosa de ardua labor que se tiene que evitar, también como una tarea de elite, que muchos lectores pretensiosos se han encargado de catalogar de esa forma a una de las actividades humanas más bellas y nutritivas que merece ser compartida a cualquier individuo de nuestro entorno, pues es también una forma de comunicación sumamente vital.

Existen diversos factores, de diferente índole, tenemos por ejemplo la cuestión adquisitiva, los tirajes editoriales suelen tener un precio que sale del alcance de muchos, minorizando y segregando la lectura, también está la variable de que las nuevas tecnologías han vuelto flojo al ser humano, limitando su margen lector a mensajes de textos o post en Internet de dudosa calidad, sin dejar de lado el vicio de los videos que dan un placer efímero a quien los consume, enajenando toda iniciativa por la reflexión y la crítica.

En las escuelas es común escuchar las quejas de parte de los alumnos por no querer leer o porque las lecciones les parecen muy extensas, tal situación se ha normalizado desde los primeros niveles educativos con el pasar del tiempo. Incluso en la etapa universitaria donde tal actividad es esencial para el pensamiento crítico y profesional, el leer se postra como una de las peores amenazas para el universitario. Increíblemente, es la población de las viejas generaciones quienes tratan de preservar este acto, es común observar a las personas de la tercera edad leyendo un periódico, una revista o un libro, el caso es que ejercen la lectura.

Tan sólo en nuestra capital Sinaloense, Culiacán, tenemos el caso de que se cuenta con una minoritaria suma de bibliotecas “públicas” a veces acaparadas por el elitismo, o institutos de cultura que hacen difícil el acceso al resto de la población no lectora la gama de posibilidades que ofrece el leer un libro. Por otro lado, se cuenta con 4 librerías, la población culichi no tiene muchas alternativas. Aunque la era digital es beneficiosa, y pone al alcance de casi todos, la lectura digital, eso no parece haber minado el problema central, pues aun así estando en bandeja de plata la oportunidad de leer, no se toma, salvo en algunos casos, pues siempre hay excepciones.

Una de las labores más nobles fue poner a la vista de todos diversos puestos en la famosa catedral del centro, durante años estos promotores de la lectura resistieron los embates del ayuntamiento, hasta que el pasado 2020 el infame gobierno cortó las venas de uno de los proyectos que año tras año fue haciendo accesible los libros a muchos culiacanenses.

Es una verdadera lástima que unas de las cosas que producen el separatismo en la actual sociedad mexicana, sea el hecho más que obvio de la cero actividad lectora, como se mencionó al principio suele haber hasta un conflicto entre quienes leen y no, llegando a cuestiones morales, sobre que una persona que lee, es mejor que otra, cuando en realidad eso es algo que no ayuda al problema que a todos nos asalta, compartir la lectura es una de las cosas más amenas que podemos realizar como acto de convivencia, pues estamos invitando al otro no solo a llevar a cabo una actividad, sino a ver el mundo de otras formas, compartiendo un espacio con él, donde prolifere el diálogo y la reflexión, una manera de depurar los prejuicios que tanto dañan a la sociedad, pues quien lee un libro no vuelve a pensar como antes lo hacía.

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